viernes, 29 de mayo de 2009

Me ponen los perdedores


Los perdedores me ponen cachondo. Y los animales de vestuario, curtidos en gimnasios de periferia y en raves techno al calor de la lisergia. Y los traviesos que se deslizan por el filo de la ilegalidad. Y los penes color canela, generosos en pigmentación y centímetros. Y los muslos con forma de melón murciano. Y los gemelos como naranjas de Valencia. Y el acento portugués. Y el lamento del fado. Y el olor a chabola. Y, cosas de mi infancia malherida, la mala hostia.

Cristiano Ronaldo, druida de genética perfecta, se me antoja el único ser vivo que encaja en este puzzle de filias sexuales. Cristiano, todo honor y todo gloria hasta el miércoles pasado. Cristiano, con diamantes en los lóbulos, coches caros y novias carísimas. Cristiano, Dios de Google. Cristiano, huracán de Madeira. Cristiano, el terror de las nenas, el beckham latino, el nuevo mesías del milenio tres. Cristiano Ronaldo dos Santos Aveiro. Hasta su nombre, a medio camino entre el éxtasis religioso y el furor de Río, baila con rabia y deseo en mi paladar. Cristiano, así en la Tierra como en el Cielo.

Cristiano, además, frecuenta la acera equivocada. La de las señoras con fruta entre las piernas, con tacones infinitos y plástico en las tetas. Y el vigor heterosexual, a nosotros los gays de tomo y lomo, nos enciende los huevos. Cuantas más bragas se restrieguen por la tapicería de su enésimo descapotable, mayor será su leyenda. Rezo por que nunca, por el bien de la Humanidad, tenga un desliz con otro varón de mirada negra. Si es así, me moriré un poquito más.

Cristiano. De héroe a villano en 90 minutos. Una hora y media fue suficiente para que el sol, rozando la media noche, volviese a salir por Barcelona y se esfumase para siempre en Manchester, ciudad de lluvias y hormigón. Y en medio de la hecatombe, él, mi portugués favorito, aguanta el tipo, y las abdominales, y la sonrisa de acero, y el flequillo travieso, y la espalda abrasada por la tinta. Porque tendrá mal perder, modales de penitenciaría y el puto estigma del subcampeón, pero entre las piernas le cuelga el rabo más sabroso del mundo. Me lo dice mi instinto animal. Amén.

lunes, 18 de mayo de 2009

El dedito en el culo

Como no tenía bastante con mi estreñimiento, mi alcoholismo y mi esguince cerebral, ahora me toca aguantar a los cancerberos que cosen con sus palabras los retazos absurdos de esta web. Estos gendarmes del periodismo, polizones del quiero y no puedo literario, rascan el techo con sus barbillas mientras esperan que un pullizer caiga del cielo. A ver si Dios se toma en serio su trabajo y les lanza una cagada de paloma con gripe aviar. Como de sus profesiones con nómina ya no tienen mucho que rascar, ni muchas pollas que chupar, ni muchos despachos que despachar, acaban de subirse al tren del fútbol, deporte para subnormales, para hacer algo provechoso con sus vidas. Justo lo que menos necesita la red de redes: otra caterva de inútiles que escriben de goles como si desgranaran los recuerdos de Machado en su patio de Sevilla. Iros todos a tomar por el culo.

Y así pasan sus días, en un eterno cónclave de sabios que no saben nada. Desayunando fútbol, comiendo fútbol, merendando fútbol, bebiendo fútbol, cagando fútbol. A hurtadillas... y con seudónimo. Y en este bucle absurdo de nombres que no son, esta web que se pasea por la esfera digital sin pena ni gloria ha dado lugar a frases memorables. Como la de Álvaro de Campos en su entrada Poetas en el estadio. Cito textualmente: "El otro día escuchaba a John Wyatt y a Rocheteau mientras discutían un tema propuesto por Halftown". Si alguien cree que esto es normal, que me busque, que me encuentre y que me lo diga a la cara. Y hasta podemos discutirlo sobre el ring, que desde que me he apuntado a boxeo (lo juro por la Virgen del Camino Seco) estoy intratable.

¿No existen unidades policiales que husmean la pornografía infantil en la red? Pues podrían incluir en sus rastreos estas crónicas de la estupidez. Como la progresía vende, estos señores quieren patentar el fútbol para eruditos. Y nos bombardan con negritos mutilados sobre polaroids, con poesías a lomos de las gradas, con misioneros culés en Tierra Santa... Por Dios. Si las secciones de Nacional, en un pequeño soplo de cordura, han cerrado sus puertas a vuestra pluma vomitiva, no queráis joder la vida al prójimo con el análisis político a ras de portería. El fútbol es sangre, sudor y lágrimas; dejad a los sirios, los palestinos, los zapateros y los rajoys en paz.

Como se creen los reyes del mambo, se pasean por los cuatro puntos cardinales como si hubiesen descubierto la puta polvora. Y se atreven a darme -a mí, al todopoderoso Martín Lobo, al único que recibe comentarios del plantel estelar de fútbolnoesfutbol.com-, consejos de temática y estilo. Ellos, que van de dj´s, que se planchan las camisas, se peinan de gomina, votan a Dios sabe quién y hasta tienen el cuajo de nacer en un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme.

Yo, que tengo que levantar el país con mi trabajo, la semana pasada no tuve tiempo para actualizar mi Rainbow Fútbol Club. Como Madrid amaneció chulapo el último viernes -fiesta de San Isidro, todo toros y todo chotis-, pensé en aparcar mi talento para otro día y dedicar mis 13 horas de jornada laboral a asuntos de mayor enjundia que el puto balompié. Y esta mañana, en plena reunión con mis subalternos para organizar una serie de reportajes sobre menús saludables contra la crisis -soy periodista, ¿algún problema?-, uno de estos aspirantes a Raúl del Pozo ha entrado en la sala de juntas, me ha mirado con gesto matador, y ha apuntado su índice hacia el suelo. Sí, hacia el suelo, como los emperadores romanos cuando jugaban a ser dioses a orillas de sus circos de sangre y gladiadores. El dedo, Agatha Cristie, te lo metes por el culo. Que es hora de que tengas un orgasmo de una puta vez.

viernes, 8 de mayo de 2009

Anacrónico, absurdo, inmoral

Odio escribir. Me revienta el intestino el sonido seco del teclado, el vértigo de la página en blanco, el calor artificial que escupe la pantalla. Y, desde hace siete años, repito este ritual envenenado todos los putos días. Como buen géminis, como buen homosexual y como buen maricón, antes me encantaba leerme y releerme, mirarme al ombligo, enredarme de placer entre mis frases, sentarme sobre las metáforas con los pies colgando... y volverme a leer. Pero a fuerza de eyacular sobre mi propio talento, me he cansado. Estoy empachado de mi retórica rimbombante y vacía; mi estilo de adjetivos esquizofrénicos me produce náuseas, me engorda, me arrincona el pulso, me enferma, me empacha, me aturde, me toca los cojones. Más de nueve horas al día desafiando renglones con mi pluma excesiva me supera. Quiero ser un escritor maldito y suicidarme tras beber cualquier brebaje novecentista. O mejor aún, deseo convertirme en minero, bajar a las entrañas de la Tierra, respirar un gas dulce y letal y morir con el rictus y el talante de la clase media. O bajarme de este mundo tras ser aplastado por la basura de un vertedero de la India. Cualquier cosa menos escribir. Por favor, Señor Mío Todo Poderoso, Criatura Divina y Celestial: haz gala de Tu Eterna Misericordia, atiende mis súplicas y llévame contigo. Odio escribir. Odio escribir. Odio escribir.

Odio el fútbol. Mataría a los desalmados que gritan gol en horas de trabajo. Les pegaría un tiro en la nuca. Rápido, frío y sin rencor. Degollaría con precisión matemática a todos los futbolistas de este mundo cruel. Y a las zorras que se los follan. Y a los árbitros, y a las taquilleras de los grandes estadios, y a los vendedores de perritos calientes, y a las tejedoras de las bufandas multicolor. Quiero que la maquinaria del jodido soccer me deje morir en paz. Que los informativos, las tertulias, la prensa y la vida no me escupan su basura fascista y futbolística a cualquier hora, a cualquier precio y en cualquier lugar. Lenny Riefenstahl y su 'Triunfo de la libertad' perdieron su potencial aglutinador tras la muerte del Führer; así que rescatar la propaganda nazi a estas alturas es anacrónico, absurdo e inmoral. Tan anacrónico, absurdo e inmoral como que millones de personas alcancen el clímax con el poder de la masa, entren en trance con los cánticos colectivos, se uniformen y se envuelvan en banderas con olor a guerra. Odio el fútbol. Odio el fútbol. Odio el fútbol.

Aquí estoy, escribiendo con mi prosa repugnante. Y de fútbol. Tras 13 horas sentado delante de mi ordenador, saco punta a la mayor verdad de mi existencia: mi vida es una mierda. Sólo me queda la esperanza de una muerte súbita al calor de esta luna de mayo cañí. Después, eso sí, de una hora de trayecto en el infierno del metro de Madrid. Mi vida es una mierda; ¿o no lo había dicho ya?