Y lanzo al aire una fotografía deliciosa: la Humanidad es una eterna orgía de penes acariciando penes y vaginas sudando vaginas. Eso sí; que no cunda el pánico. Los maricones estamos de moda, ganamos el triple y somos más guapos, así que esta globalización sodomita no es tan grave.
Y como hoy tengo aspiraciones de azafata del Un, dos, tres, sigo tecleando con eficacia de mujer florero las sugerentes teclas de mi calculadora. 25 jugadores por equipo y un total de 20 equipos suman un total de 500 desgraciados. Medio millar de payasos que viven del cuento gracias a esa ONG con ínfulas de vertedero que se denomina Primera División. Y el 8% de 500 es 40.
40 homosexuales -vale, quizá sean 20- que se tiñen el pelo igual que sus amantísimas esposas, que se tocan los cojones en la sangrienta barrera de los penaltis, que se abren de piernas en un baile místico con maneras de cucaracha cada vez que celebran un gol. Que blindan la obscenidad de sus contratos multimillonarios con vidas ejemplares, berlinas familiares, chaletes adosados y bautizos en el Hola!
Los futbolistas, raza de la infamia, se deben a su público. Pero su público se rapa la cabeza, se tatúa esvásticas en los homoplatos y se envuelve en banderas franquistas al calor del triunfo. Así que admitir la desviación de un cromosoma tonto es firmar una sentencia de muerte. El ostracismo definitivo a las marismas del olvido.
No pasa nada si Guti y Arantxa, fusionados ambos dos como un único ser, venden un posado de camisetas mojadas y mechas platino. O si se implantan colágeno en los morritos de frambuesa a la misma hora y en el mismo lugar. O si comparten estilista, tatuador, quiropráctico y dietista de la alcachofa. Hasta aquí todo es ordinariamente lógico, ordinariamente normal y ordinariamente corriente.
Pero si mister Guti se perdiese el laberinto del sexo anal, millones de españolitos de clase media y cultura más media todavía tendrían un monstruo a quien odiar. Él, tan rubio y tan suave y tan frágil, sería el epicentro del cachondeo nacional. El punto caliente del aborregamiento de un país, España, que folla poco e insulta mucho.
Pues se acabó. A Dios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre. Y que un futbolista, uno sólo de los 20 que pastan en los campos de Primera División, saldrá del armario más temprano que tarde. Si lo hemos hecho Almodóvar y un servidor, ¿por qué no puede hacerlo un pichichi del tres al cuarto? Pues eso. Hasta el viernes que viene.